domingo, 21 de junio de 2009

ARGENTINA: TRABAJO INFANTIL DENIGRANTE

ARGENTINA: TRABAJO INFANTIL DENIGRANTE

El drama de los niños ajerosDespués de registrar imágenes con cámara oculta, una organización social denunciará hoy ante el Ministerio de Trabajo y la Justicia la explotación de chicos y chicas en el corte y limpieza de ajo por parte de empresarios rurales en los alrededores de la capital mendocinaDesde Mendoza@Amanecen temprano, mucho antes de lo que deberían despertarse si fueran a la escuela. A cielo abierto en las fincas, o bajo los techos de chapa de los galpones, sus manos, por más pequeñas que sean, hacen el mismo trabajo que las de los adultos: cortan y deschalan cabezas de ajo durante jornadas de más de 12 horas. Según pudo comprobar Página/12 en una recorrida por las chacras y los lugares de reclutamiento de trabajadores, son cientos de niños y niñas de entre cuatro y quince años –no hay cifras exactas y actuales– los que se convierten en uno de los motores de la producción rural en Mendoza. El trabajo infantil, la reducción a la servidumbre de familias enteras, la violación a la Ley de Migraciones y la trata de personas son los ejes de la denuncia que hoy presentará la Cooperativa La Alameda –una organización que lucha contra el trabajo esclavo– y la Liga Argentina por los Derechos Humanos, ante el Ministerio de Trabajo de la Nación, en el marco de una movilización, a las 16, y ante la Justicia federal de Mendoza.La denuncia va acompañada de un video filmado por los integrantes de la cooperativa mediante una cámara oculta, donde se registran escenas de reclutamiento de familias con niños, el traslado y el trabajo de adultos y niños en las fincas, además del testimonio de algunas de las víctimas. Página/12 también recorrió esos lugares hasta donde parecen no llegar los ojos de los inspectores de la provincia ni de los gremios que deberían proteger a los trabajadores.A campo abiertoLos párpados son la única parte del cuerpo expuesta al aire libre. Los ojos, entrecerrados, se asoman por la línea que se abre en el paño con el que cubren sus cabezas. Las manos también están al descubierto. Pantalones largos, camisetas y pañuelos protegen el resto del sol, del viento y del polvo durante las extensas jornadas de corte y deschale de cabezas de ajo en las fincas, a campo abierto.Decir “vengo a trabajar” fue más que suficiente para que Tomás, camionero y productor, dejara subir a José al camión en el que lo llevará a él y a otros tantos a su finca, Pontoni Hnos. “¿Pueden venir mis chicos también?”, le preguntó al patrón una vez en el campo. “¿Tienen tijeras? Que vengan”, recibió como respuesta.Era su primer día y José sólo alcanzó a llenar tres cajones de hortalizas. Más de cinco alcanzaron a completar cada uno de los tres chicos que, con más experiencia, hicieron el mismo trabajo enfrente de él. Ellos, y el resto de la tropa, cortaron los tallos y las colas de cada cabeza de ajo durante la mañana, y las deschalaron por la tarde, bajo la única protección del cielo.La jornada laboral arranca poco antes de las 5 en la plaza, que más que un punto de reunión es un lugar de carga y descarga de mano de obra, adultos y también niños pequeños. Aún es noche cerrada cuando la manzana ubicada en el centro de Rodeo del Medio, una pequeña localidad ubicada a 30 kilómetros de Mendoza capital, comienza a llenarse de personas.Hombres y mujeres de todas las edades; papás y mamás con el grupo entero de hijos, incluyendo a las “guaguas” colgando del pecho, bolivianos todos, ocupan el lugar y lo convierten, en pocos minutos, en una especie de hormiguero.Despiertan cuando, apenas pasadas las 6, los conductores de los camiones gritan el tipo de fruta u hortaliza que se trabajará en el destino de cada coche. Luego abren las puertas de los acoplados y apoyan escaleras para que la mano de obra suba. Entre mediados de octubre y fines de abril, la cosecha fuerte es la del ajo, y en el pueblo se nota. El olor que emana de los galpones y depósitos a la vera de la ruta nacional 7 y de la provincial 50 –camino de ingreso a Rodeo del Medio– invade el ambiente y se impregna en la piel.Parados y amontonados en los acoplados, chicos y grandes viajan a los tumbos al ritmo de las piedras que, sobre los senderos, los camiones a toda velocidad no esquivan. Cerca de las 7.30 el camión de Tomás llega a destino. Los hace bajar del transporte y les ordena que formen una fila, donde les pregunta si están solos o vienen acompañados de algún familiar. De eso dependerá la cantidad de ajo recién arrancado de la tierra que les dará para cortar, deschalar y acomodar en cajas. Ahí nomás, a campo abierto, Tomás, el patrón, y sus cuadrilleros extienden delante de los “cortadores-deschaladores” los paños de arpillera con las hortalizas sin emprolijar.Lo mismo sucede todos los días. A pleno rayo del sol, sólo tienen algo de beber si son ellos los que se lo llevan desde sus casas o lo compran en el almacén ubicado a más de un kilómetro del lugar exacto donde trabajan. Luego les descontarán lo gastado de sus jornales, como en la época de La Forestal. Los matorrales, a una distancia similar a la del comercio, son los únicos baños que su patrón les ofrece.“Podemos parar, salir a almorzar. Pero es tiempo perdido que después se siente en la paga.” Eduardo es uno de ellos. Tiene 12 años y va siempre con sus hermanos; habla pausado y casi en susurros. Desde una acequia en la que está recostado –el único espacio con sombra en kilómetros–, le cuesta soltarse y explicar que el tiempo dedicado al descanso es tiempo perdido en el llenado de cajones de ajo, por los que le pagan cada quincena. Cuando termina la temporada del ajo, Eduardo y los otros chicos golondrina transitan hacia otra cosecha, lo que lo aleja cada vez más de la escuela.Cobran cinco pesos por cada cajón de 10 kilos con ajos cortados y pelados, aunque el precio varía según la finca. Algunos campos pagan sólo por corte o por deschale hasta 1,30 peso. Al igual que los que están tumbados a su alrededor, Eduardo tiene bolsas de polietileno o pedazos de guantes enroscados en los dedos índices. “Si no te cortás con la tijera, te lastimás con la chala, que de tan reseca se clava como espinas en la piel”, indica Eduardo antes de pararse, colocarse el pañuelo en la cabeza y empezar a caminar hacia el campo, para comenzar la segunda parte de la jornada, que no culminará hasta las 21.“Un problema naturalizado”Los registros oficiales que intentan graficar la presencia e incidencia de trabajo infantil en Mendoza datan de 2005. Es el caso de la Encuesta de Actividades de Niños, Niñas y Adolescentes, realizada por el Ministerio de Trabajo, cuyos resultados posicionaron a la provincia en el lugar más alto de trabajo infantil. Más antiguo es el trabajo de la Comisión Provincial de Erradicación del Trabajo Infantil (Copreti) mendocina, que reveló que tres de cada diez chicos de entre 6 y 14 años, pobres y en edad de escolaridad primaria, desempeñan alguna clase de actividad laboral en el Gran Mendoza y sus alrededores.Basta con circular los caminos de ripio que se abren a los costados de las principales rutas de la provincia, entradas a pequeños pueblos como Colonia Segovia, Rodeo del Medio, Barrio Bermejo o Rodeo de la Cruz –en los partidos de Maipú o Guaymallén–, para descubrir galpones en los que chicos y chicas trabajan a la par de los mayores, bajo las mismas condiciones de explotación.“Sabemos que el sector del ajo es de alta informalidad, en donde existe explotación laboral y trabajo infantil. Las mal llamadas cooperativas son funcionales a las prácticas de precarización. Pero cada vez que inspeccionamos las empresas, los chicos no están o no nos dejan entrar”, explicó a Página/12 la directora de Empleo de la Subsecretaría de Trabajo provincial, Dora Balada. “Si no los vemos, no podemos demostrar nada”, añadió. En lo que va del año, el organismo realizó controles en 37 empresas, donde “sólo se encontró un chico trabajando, cuando el año pasado fueron 25”.El panorama que grafican las cifras oficiales es incompleto. Las encuestas hurgan sólo entre la población argentina, dejando a un lado a las personas que llegan desde Bolivia. Muchos viven en Mendoza, pero la mayoría son “trabajadores golondrina”. Son los niños bolivianos y sus padres los que están expuestos a las condiciones más duras de trabajo en las fincas. Y los que quedan fuera de todo registro.La funcionaria reconoce que “es necesario cambiar un patrón cultural. Allí donde hay trabajo agrícola hay cultura de trabajo infantil y trabajo esclavo. Es un problema cultural y naturalizado”.Bajo techos de cañaLo que sucede en las fincas se repite calles adentro de los pueblos, donde las empresas alquilan casas a los vecinos para esconder de los inspectores la mano de obra infantil. Aunque ínfimos, los chicos que emprolijan ajos en esos galpones clandestinos gozan de algunos beneficios que aquellos que lo hacen a cielo abierto no tienen. Si por “beneficio” se entiende el contar con un techo de caña que proteja del sol y un baño cerca. O trabajar jornadas de menos horas y poder regresar a sus hogares para almorzar.Rocío y sus tres hermanos de 8, 10 y 12 años trabajaron en uno de esos galpones, instalado en el patio de una casa a dos cuadras de la suya, en Colonia Segovia, departamento de Guaymallén. “Una vecina nos comentó. Nos anotamos y empezamos a trabajar ese día”, balbuceó. Sus padres tienen trabajo, pero ella, de 15, y sus hermanos pelaron ajo durante los meses del verano pasado. “Es normal que los chicos trabajemos. La mayoría son niños. En los galpones grandes de la empresa (Bamenex SA) no te toman si sos menor de 16 años. Pero estos lugares están más escondidos”, explicó. En la misma cuadra hay otros tres lugares que funcionan de igual manera. En el patio de las casas ubican los tablones de madera sobre los que, a partir de las 6, descargan los cajones con ajos sin deschalar, los pelan y los vuelven a empacar. Por cada uno cobran 3,30 pesos, pero descuentan 30 centavos para darles a los chicos que cargan y descargan los camiones. Los sábados son los días en los que la gente cobra lo trabajado hasta el jueves, quedando dos días adeudados para la siguiente semana. Así se aseguran de que vuelvan la semana siguiente.Los hermanos dejaron de trabajar hace un tiempo. Frente a Página/12, Rocío contó que “algunos de los patrones son malos. No tienen compasión de nada. No dejan sentarse en los cajones, inspeccionan cómo guardamos los ajos y si los ven mal pelados te retan y te dan vuelta el cajón para que lo hagas todo de nuevo.”El sol que traspasa las cañas, el olor a ajo y el polvo que respiran todo el tiempo –los camiones que entran y salen levantan polvareda– les provocan dolor de cabeza y náuseas. “Mi mamá nos dijo que no fuéramos más porque llegábamos muy cansados. Y había nenes en los galpones que sufrían mucho más. Se les notaba en la cara.”


EN PROVINCIAS DEL NORTE Y DE CUYO ES DONDE MAS NIÑOS SE EMPLEAN
Un mapa del trabajo rural infantil
Un relevamiento presentado por la Comisión Nacional para la Erradicación del Trabajo Infantil muestra que Misiones, Mendoza, Chaco y Tucumán son las provincias donde más niños son empleados en cosechas. Uno de cada 10 menores de 13 años que trabaja abandonó la escuela.
El Día Mundial contra el Trabajo Infantil apuntó a combatir el empleo de chicos en agricultura
Por Mariana Carbajal
La agricultura en la Argentina esconde una realidad vergonzosa: principalmente en las provincias del Norte y en la región cuyana, pero también en el conurbano bonaerense y en el valle del Río Negro, se utilizan chicos y chicas en las actividades de cultivos y cosechas más diversas. Las únicas provincias que declararon no tener esta modalidad de trabajo infantil en sus territorios fueron Chubut, Santa Cruz, Neuquén y Tierra del Fuego. Entre los chicos que trabajan en el ámbito rural, no asisten a la escuela uno de cada 10 pibes de 5 a 13 años, y 6 de cada 10, entre los que tienen de 14 a 17 años.
El mapa de la mano de obra infantil rural fue elaborado en el ámbito del Ministerio de Trabajo y se dio a conocer ayer en el Día Mundial contra el Trabajo Infantil, en el marco de un seminario en el que participaron directores de la OIT, Unicef, PNUD y la Comisión Nacional para la Erradicación del Trabajo Infantil (Conaeti). La conclusión más importante del encuentro fue que el trabajo infantil existe en el país como consecuencia de la pobreza, constituye un reproductor de la marginación y conspira contra la educación de los chicos.
El otro aspecto que quedó en claro es que en Argentina las niñas sufren por la explotación laboral y, además, la doméstica, dos factores que agravan su discriminación, según destacó Carlos Felipe Martínez, coordinador del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. “La gravedad del trabajo infantil está fuera de discusión”, concluyó la secretaria de Trabajo, Noemí Rial.
Este año, el Día Mundial contra el Trabajo Infantil está dedicado a erradicar el empleo de chicos en la agricultura. Al abrir el seminario, Rial enumeró que los niños y las niñas en el campo están expuestos con frecuencia a peligros y riesgos asociados con la manipulación de agroquímicos, el uso de herramientas afiladas, la realización de tareas bajo temperaturas extremas y el uso de maquinarias de carga excesiva para su edad. El trabajo a “destajo” –por cantidad– es la metodología “perversa” que “obliga a que trabaje toda la familia”, cuestionó la funcionaria.
El primer mapa del trabajo rural agrícola fue presentado por Pilar Rey Méndez, titular de la Conaeti. Muestra las localidades y el tipo de plantaciones en las que trabajan chicos y chicas, pero no precisa cuántos pibes se encuentran en esa situación en cada lugar. La funcionaria aclaró que se confeccionó con información suministrada desde cada provincia. San Luis fue la única que no brindó datos.
Algunas conclusiones que surgen del mapa:
- Mendoza, Misiones, Chaco y Tucumán se destacan como las provincias que tienen trabajo infantil rural a lo largo de todo su territorio.
- Se emplean chicos en los cultivos y las cosechas más diversas: tabaco, yerba mate, algodón, cítricos, té, hortalizas, arroz, frutas, soja, maíz, trigo, caña de azúcar, vid, aromáticas.
- Hay un corredor de uso de mano de obra infantil que se extiende por todo el valle del Río Negro, en plantaciones de frambuesa, manzana, ciruela y frutilla.
- En la provincia de Buenos Aires hay chicos en la explotación agrícola de la zona de Baradero, San Pedro, San Nicolás y Ramallo; en cultivos de frutilla y verduras en La Plata y sus alrededores; en los de vid en Berisso.
- Chubut, Santa Cruz, Neuquén y Tierra del Fuego declararon no tener trabajo infantil agrícola.
“No se puede mantener la estructura económica de una provincia a costa de la exclusión social”, señaló la secretaria de Trabajo, al cerrar el seminario.
“El trabajo infantil es un impedimento para el pleno acceso de los chicos a sus derechos”, destacó Ennio Cufino, coordinador de programas de Unicef Argentina. Y agregó: “La escuela tiene un rol fundamental para prevenir el trabajo infantil”. Gerónimo Venegas, secretario general de la Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores (Uatre), habló en primera persona: “Empecé a trabajar a los 9 años, por eso sólo tengo hasta cuarto grado de la primaria” y sumó otro aspecto al debate: “El trabajo infantil existe donde hay trabajo en negro”.
La Argentina asumió el compromiso internacional de eliminar por completo el trabajo infantil del país para el 2015, entre los denominados Objetivos del Milenio. Para el 2007 debería reducirlo un 3 por ciento, recordó ayer el representante del PNUD. Existe un plan nacional para erradicarlo, presentado en 2006 por el ministro de Trabajo, Carlos Tomada. Pero todavía no existe una estimación certera de la magnitud de esta problemática en el país. Se avanzó en el 2004 con la primera encuesta nacional que se encaró desde el Ministerio de Trabajo, pero su alcance fue limitado: abarcó el Gran Buenos Aires, Mendoza, Jujuy, Salta, Tucumán, Formosa y Chaco. El conjunto de chicos relevados representa aproximadamente la mitad de niños y adolescentes de 5 a 17 años del país. El estudio contabilizó que trabajan tanto en áreas rurales como urbanas el 6,5 por ciento de los chicos de 5 a 13 años y el 20 por ciento de los que tienen entre 14 y 17 años: 193.095 y 263.112, respectivamente.
La encuesta encontró que el porcentaje de niños y niñas que trabajan es mayor en la zonas rurales: el 8 por ciento entre los que tienen de 5 a 13 años. Pero esta diferencia aumenta significativamente en el caso de los adolescentes, donde el 35 por ciento realiza alguna actividad productiva, muchas veces por un salario ínfimo o ninguna paga.
El relevamiento encontró que el 10 por ciento de los chicos más pequeños que trabajan en el ámbito rural no van a la escuela, y la han dejado el 62 por ciento de los adolescentes. La repitencia en la secundaria se duplica entre los estudiantes trabajadores en comparación con los alumnos que no trabajan.
Las últimas estadísticas mundiales indican que más de 132 millones de niños y niñas de cinco a 14 años trabajan y un 70 por ciento de ellos lo hace en el sector rural. En Latinoamérica y el Caribe hay 20 millones de chicos explotados laboralmente, siete millones de ellos en las peores formas de trabajo infantil como la prostitución, la pornografía y el tráfico de estupefacientes.

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